Soy un tipo que le gusta comentar, informarme y descubrir más sobre la literatura del Perú
martes, 13 de octubre de 2020
Obras de José María Arguedas
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Yawar fiesta
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Todas las sangres
La novela se inicia con el suicidio de don Andrés Aragón de Peralta, jefe de la familia más poderosa de la villa de San Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Su muerte anuncia el fin del sistema feudal que hasta entonces ha predominado en la región. Don Andrés deja dos hijos: don Fermín y don Bruno, enemigos y rivales, quienes en vida del padre se habían ya repartido sus inmensas propiedades.
El conflicto principal gira en torno a la explotación de la mina Aparcora, descubierta por don Fermín en sus tierras. Don Fermín, prototipo del capitalista nacional, quiere explotar la mina y traer el progreso a la región, a lo que se opone su hermano don Bruno, latifundista tradicional y fanático católico, que no quiere que sus colonos o siervos indios se contaminen de la modernidad, que según su juicio corrompe a las personas.
Con la llegada de un consorcio internacional –la Wisther-Bozart– se inicia la disputa por el control de la mina de plata. Don Fermín no puede competir ante la gigante transnacional y se ve obligado a venderle la mina, que desde entonces adopta el nombre de Compañía Minera Aparcora. Ante la necesidad de abundante agua para el trabajo de la mina, la compañía muestra interés por las tierras del pueblo y de las comunidades campesinas aledañas, obligando a que se los vendan a precios irrisorios; para ello cuenta con la complicidad de las autoridades corruptas. La compañía actúa como una fuerza desintegradora que hace de todo para conseguir el máximo lucro, sin importarle los perjuicios que causa a los pobladores. Se inicia entonces un proceso de convulsión que lleva a la movilización del campesinado liderado por Rendón Willka, un comunero indio que ha vivido en la capital del país donde ha aprendido mucho. Bajo sus órdenes estallan levantamientos que son reprimidos sangrientamente por las fuerzas gobiernistas pero que son el anuncio de la rebelión final.
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Los ríos profundos
La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una misa para las víctimas de la epidemia de tifus, originará en Ernesto una profunda toma de conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.
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El sexto.
“A
nuestro padre creador Túpac Amaru”.
Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu
sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin
cesar y sin límites.
Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las
águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido
por tu sangre, no muerto, gritando todavía.
Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las
hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez
más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el
acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la
cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra,
en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay
sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.
Está cantando el río,
está llorando la calandria,
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la estepa vibra;
nuestro río sagrado está bramando;
en las crestas de nuestros Wamanis montañas,
en su dientes, la nieve gotea y brilla.
¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?
Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los
temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar;
escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del
movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de
su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos
estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!
En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.
En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres
están llorando, más tristes, más tristemente que los niños.
Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más
herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.
¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor
helado.
Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,
nunca amada;
el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suavemente
brotan al mundo.
¡Somos aún, vivimos!
De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta
para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre,
hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de
pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto.
¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que
devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas
selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras
nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.
Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:
las balas están matando,
las ametralladoras están reventando las venas,
los sables de hierro están cortando carne humana;
los caballos, son sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza,
mi estómago están reventando,
aquí y en todas parte;
sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco,
en las llanuras frías, en los caldeados valles de la costa,
sobre la gran yerba viva, entre los desiertos.
Padrecito mío, Dios Serpiente, tu rostro era como el gran cielo, óyeme: ahora
el corazón de los señores es más espantosos, más sucio, inspira más odio.
Han corrompido a nuestros propios hermanos, les han volteado el corazón y,
con ellos, armados de armas que el propio demonio de los demonios no podría inventar y fabricar, nos matan. ¡Y sin embargo, hay una gran luz en
nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajados a las ciudades de los
señores. Desde allí te hablo.
Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la gran selva.
Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno Amaru.
Nos arrebataron nuestras tierras. Nuestras ovejitas se alimentan con las
hojas secas que el viento arrastra, que ni el viento quiere; nuestra única vaca
lame agonizando la poca sal de la tierra. Serpiente Dios, padre nuestro: en tu
tiempo éramos aún dueños, comuneros. Ahora, como perro que huye de la
muerte, corremos hacia los valles calientes. Nos hemos extendido en miles
de pueblos ajenos, aves despavoridas.
Escucha, padre mío: desde las quebradas lejanas, desde las pampas frías o
quemantes que los falsos wiraqochas nos quitaron, hemos huido y nos
hemos extendido por las cuatro regiones del mundo. Hay quienes se aferran
a sus tierras amenazadas y pequeñas. Ellos se han quedado arriba, en sus
querencias y, como nosotros, tiemblan de ira, piensan, contemplan. Ya no
tememos a la muerte. Nuestras vidas son más frías, duelen más que la
muerte. Escucha, Serpiente Dios: el azote, la cárcel, el sufrimiento inacabable,
la muerte, nos han fortalecido, como a ti, hermano mayor, como a tu cuerpo y
tu espíritu. ¿Hasta donde nos ha de empujar esta nueva vida? La fuerza que
la muerte fermenta y cría en el hombre ¿no puede hacer que el hombre
revuelva el mundo, que lo sacuda?
Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la
Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi
sangre, cantando, edifiqué una casa. El río de mi pueblo, su sombra, su gran
cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, están
palpitando dentro de esa casa; un picaflor dorado juega en el aire, sobre el
techo.
Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo.
Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no
extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el
poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos
envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta
cabeza corrompida de los falsos wiraqochas, con lágrimas, amor o fuego.
¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos
hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos
apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como
a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que
entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz,
donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega
jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu
nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y
alumbra todo el espíritu y el camino.
Tranquilo espera,
tranquilo oye,
tranquilo contempla este mundo.
Estoy bien ¡alzándome!
Canto;
mismo canto entono.
Aprendo ya la lengua de Castilla,
entiendo la rueda y la máquina;
con nosotros crece tu nombre;
hijos de wiraqochas te hablan y te
escuchan
como el guerrero maestro, fuego
puro que enardece, iluminando.
Viene la aurora.
Me cuentan que en otros pueblos
los hombre azotados, los que sufrían,
son ahora águilas, cóndores de
inmenso y libre vuelo.
Tranquilo espera.
Llegaremos más lejos que cuanto tú quisiste y soñaste.
Odiaremos más que cuanto tú odiaste;
amaremos más de lo que tú amaste,
con amor de paloma encantada, de calandria.
Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin límites, lo
que tú no pudiste lo haremos nosotros.
Al helado lago que duerme, al negro precipicio, a la mosca azulada que ve y
anuncia la muerte a la luna, las estrellas y la tierra, el suave y poderoso
corazón del hombre; a todo ser viviente y no viviente, que está en el mundo,
en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o paloma, piedra o arena,
haremos que se regocijen, que tengan luz infinita, Amaru, padre mío. La
santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con hondas trenzadas ni estallada
por el rayo de pólvora. El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a
tu medida.
Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la
tela imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.
José María Arguedas
1. ¿Quién
fue José María Arguedas?
José María Arguedas fue un reconocido escritor y antropólogo peruano. Su trabajo como novelista, traductor y abanderado de la literatura quechua le permitió consagrarse como uno de los escritores más importantes del siglo XX.
2. ¿Cuándo
y dónde nació y murió?
3. Describe
cómo fue su infancia y niñez
La niñez de José María Arguedas fue muy triste y solitaria. Todo esto fue a causa de la muerte de su mamá, el maltrato y discriminación que sufría por parte de su madrastra y hermanastro y la poca importancia de su padre por mantener una buena relación con él. Lo más sorprendente de su infancia fue que él recibió el amor familiar de las personas que menos esperaba, personas extrañas y humildes.
4. Muestra
una visión de cómo fue su adolescencia y juventud
En 1923 abandonó su retiro al ser recogido por su padre, a quien acompañó en sus frecuentes viajes laborales. En Abancay, ingresó como interno en el Colegio Miguel Grau de los Padres Mercedarios, cursando el quinto y sexto grado de primaria, entre 1924 y 1925. En 1926, junto con su hermano Arístides empezó sus estudios secundarios hasta segundo de secundaria en el colegio San Luis Gonzaga de Ica. En 1928 reanudó su vida trashumante otra vez en la sierra, siempre junto a su padre. En Huancayo cursó el tercero de secundaria, en el colegio Santa Isabel. Fue allí donde se inició formalmente como escritor al colaborar en la revista estudiantil Antorcha; se dice también que por entonces escribió una novela de 600 páginas, que tiempo después le arrebataría la policía, pero de la que no ha quedado huella alguna. Cursó sus dos últimos años de secundaria (1929-1930) en el Colegio Nuestra Señora de La Merced, de Lima, casi sin asistir a clases pues viajaba con frecuencia a Yauyos para estar al lado de su padre, que se hallaba agobiado por la estrechez económica. Aprobó los exámenes finales, terminando así sus estudios escolares prácticamente estudiando sin maestro.
5. ¿Qué podemos hablar sobre su vida universitaria?
En 1931, ya con 20 años de edad, se estableció permanentemente en Lima e ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A raíz del fallecimiento de su padre, ocurrido el año siguiente, se vio forzado a ganarse la vida entrando a trabajar como auxiliar en la Administración de Correos. Era apenas un puesto de portapliegos, pero los 180 soles mensuales de sueldo aliviaron sus necesidades económicas a lo largo de cinco años. En 1933 publicó su primer cuento, «Warma kuyay», publicado en la revista Signo. En 1935 publicó Agua, su primer libro de cuentos, que obtuvo el segundo premio de la Revista Americana de Buenos Aires y que inauguró una nueva época en la historia del indigenismo literario.En 1936 fundó con Augusto Tamayo Vargas, Alberto Tauro del Pino y otros, la revista Palabra, en cuyas páginas se ve reflejada la ideología propugnada por José Carlos Mariategui.
En 1937 fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra la visita del general italiano Camarotta. Fue trasladado al penal «El Sexto» de Lima, donde permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela del mismo nombre. Pero a pesar de simpatizar con el ideario comunista, nunca participó activamente en la política militante. Estando en prisión, se dio tiempo para traducir muchas canciones quechuas que aparecieron en su segundo libro publicado: Canto kechwa.
6. Escribe
las principales obras de José María Arguedas (enuméralos)
Agua
- La óptica de un niño, se manifiesta los conflictos sociales y culturales que atravesó el pueblo indígena. En su primer libro reúne tres cuentos que describen en detalle la vida cotidiana en una aldea de los andes peruanos. La obra presenta un mundo que mantiene valores humanos y solidarios, que se oponen a la violencia que traen los blancos.
Yawar fiesta
- Es uno de los textos más conocidos de Arguedas. El libro plantea un problema de desposesión de tierras al que se enfrentan habitantes de una comunidad indígena. La obra gira en torno a un único cometido, resaltar la dignidad de los nativos.
Los ríos profundos
- Un niño relata sus vivencias a modo autobiográfico hasta convertirse en un joven hombre. El personaje atravesará experiencias que definirán su visión del mundo. Arguedas, se las vuelve a ingeniar para presentar la violencia de los blancos como la brutal realidad.
El Sexto
- Esta novela representa un paréntesis en la producción de textos vinculados a la comunidad andina. El nombre de la obra es por la prisión donde Arguedas estuvo encarcelado en el año 1937, a causa de la dictadura de Benavides. Nuevamente la violencia toma protagonismo, la descripción de los conflictos carcelarios son una metáfora de su mirada sobre la realidad peruana de la época.
Todas las sangres
- Esta obra presenta un panorama general sobre las transformaciones culturales y económicas que se suceden en las profundidades de la sociedad peruana.
martes, 6 de octubre de 2020
MICRORRELATOS
DESEOS
1.- Todos quieren que la vida sea fácil, pero lo que no saben es que eso también necesita esfuerzo.
LA MUERTE
2.-Decía que sufría mucho, él solo decía: "Ojalá llegue". Cuando falleció, entendí lo que dijo.
EL VASO
3.-Vuelvo a servir el vaso aunque rebalse la última gota, que más da, en este momento ya nada me importa.
EL TIEMPO
4.-El tiempo es lineal, pero si el reloj pudiera, ayer te quisiera ver de nuevo.
LA SONRISA
5.- De la mejor sonrisa se camufla la peor depresión.
LA HUMILDAD
6.- Cuando tengas uno de éxito, no olvides tener dos de humildad.
MI MADRE
7.-No cometas el error de tu vida, amigos pueden haber muchos, pero madre solo hay una.
LO IMPOSIBLE
8.-Me criticaban por lo que hacía, ahora saben que lo imposible ocurre algún día.
AMIGOS
9.- De la soledad solo hay algo bueno, mientras menos amigos tenga, menos gente me traiciona.
EL DESTINO
10.- Ellos eran dos hermanos, uno era un vago talentoso y el otro un perdedor ambicioso, solo uno está en lo más alto.